Querido Papá Noel:
Supongo que no me conoces porque esta es la primera vez que te escribo en mi vida. Si te soy sincero no me resultas muy simpático. Tu sobrepeso evidente, tu vestuario limitado y chillón, tu risa estúpida no me convencen demasiado de que seas capaz de nada. Pero hay quién te tiene fe y me he dicho que por probar tampoco pasará nada.
Mis deseos son sencillos, o más bien, mi deseo es sencillo. Sólo quiero luz. No necesito que sea una lámpara muy grande, ni me hace falta ningún foco solar. Me basta con una pequeña llama en una diminuta vela, una pequeñita luz serena y clara. Una luz que no parpadee ni sea intermitente ni cambie de color ni se apague rápidamente. Sólo quiero un cálido espacio de claridad que alumbre la penumbra ontológica que me sobrecoge. Me basta con eso. Mi único anhelo es una llama limpia que espante esta oscuridad impenetrable; una diminuta candela con poquito brillo para empezar a organizar la negra habitación de mis emociones.
Prometo que me he portado bien: no le he deseado mal a nadie; he ayudado a cuántos me lo han pedido y son muchos; me he preocupado de hacerles la vida más agradable y sencilla a los que me rodean y me quieren; he antepuesto siempre las necesidades ajenas a las urgencias propias; he procurado mantener la sonrisa pintada en la cara por mal dadas que me vinieran las cosas y por salvajes que fueran los golpes recibidos. He sido un buen chico, seguramente podría haberlo sido más, pero después de todo «no me pidas ser un ángel pues soy sólo lo que ves.»
Agradecería muchísimo que me dedicaras un ratito y que me trajeras mi pequeño regalito.
Sinceramente agradecido.