Profundizando en el pesimismo existencial del ente orgánico-melancólico que soy, hoy he dado un nuevo paso en el diagnóstico de mis ignotos y raros síndromes. (Uno más que añadir al ya descrito del chico «tampax».) Padezco el síndrome del «errador profesional». Atención a la ortografía por favor, pues si añadiese la «h» estaríamos hablando de un síndrome totalmente distinto que quizá en otra ocasión me atreva a describir. Quiero decir que mi especialidad más auténtica es el error, la equivocación. Lo desesperante es que no hay modo de que acierte; siempre me equivoco. Me equivoco cuando pienso y cuando no; me equivoco cuando soy sincero conmigo mismo y cuando no; me equivoco cuando me atrevo y cuando reservo, cuando pienso y cuando siento, cuando hablo y cuando callo, cuando me acelero y cuando espero. Esta es quizá otra gran revelación sobre mi esencia: soy el errador profesional. Soy el que mejor y con más frecuencia se equivoca del mundo. Profundicemos en esto…
No se trata de que siempre me equivoque, no es eso. No me equivoco casi nunca cuando aconsejo. Tampoco suelo equivocarme cuando ayudo a otros a tomar decisiones o los animo en sus determinaciones. No me equivoco cuando no soy yo el autor. Sólo me equivoco cuando soy yo el que decido. Yo para mí, conmigo, en mí, siempre yerro. Soy torpe, mezquinamente torpe cuando he de decidir. Pensé por algún tiempo que era un auténtico desaprovechador de oportunidades; que mi esencia más auténtica consistía en perder cuantas oportunidades me presentaba la vida. Pero ahora creo que he destilado mejor mi naturaleza. Creo que soy el equivocador. Porque ahora no puedo decir que no haya intentado aprovechar mis oportunidades. En los últimos tiempos no las he dejado pasar por miedo a equivocarme como hacía antes, sino que me he lanzado temerariamente sin premeditación a intentar resolver mis dudas. Y ¿cuál ha sido el resultado? Pues que me he vuelto a equivocar. Cuando la ocasión requería celeridad yo ofrecí pausa y cuando era el sosiego lo necesario yo aceleré mi determinación. En definitiva, que versionando a Descartes «Yerro luego existo» o mejor quizás «Existo para errar». Esa quizá sea mi más certera definición.