Efectivamente, tal y como decía el domingo, la calma avecinaba tormenta. Esta semana he de tomar una difícil decisión. En los últimos tiempos he tenido que tomar muchas decisiones difíciles, pero ninguna tanto como ésta. Esta es particularmente difícil porque supone renuncia. Supone renunciar a los tres últimos años de vida, supone renunciar al espacio en que más yo me he sentido, supone renunciar a personas estupendas, supone renunciar a un pedacito grande de corazón, supone renunciar a una de las cosas que más he amado en los últimos tiempos, supone renunciar al «trabajo» del que más orgulloso me siento, supone renunciar a una actividad por la que me apasioné de manera inesperada y en la que he crecido como en ninguna otra.
Ante tales afirmaciones cabría pensar que es simple: no renunciar. Pero el sentido del deber y la responsabilidad que, a pesar de mis empeños por andar escaso de equipaje, se han quedado en mi maleta, me dictan que tome una resolución. Llega, como tantas veces en mi vida, el momento de asumir que no tengo súperpoderes y que soy incapaz de abarcar todo. Llega el momento, como tantas veces en mi vida, de anteponer lo que debo a lo que quiero. Llega el momento, como tantas veces en mi vida, de plegar velas, reconocer mi incapacidad y renunciar en bien de otros a quienes quiero.
Podría no hacerlo, podría no renunciar a esto que deseo y quiero, pero no hacerlo sería un ejercicio irresponsable. No hacerlo implicaría aceptar un funcionamiento mediocre de las cosas y cargar con trabajo a personas a quienes quiero. La disyuntiva es sencilla: o mi egoísmo por mantener algo que me hace feliz, o la responsabilidad de hacer un último, de momento, servicio humilde a quienes me dieron vida. Y, madura y responsablemente, he decidido aceptar mi incapacidad, reconocerme frágil y entregar las llaves. Porque no quiero, ni debo, permitir que las cosas funcionen a medio gas y mal; porque no quiero, ni debo, permitir que lo que debe ser excelente se quede en mediocre por mi falta de voluntad, mi ego o mis apetencias.
Es el momento de dar un doloroso paso al frente y renunciar. Es el momento de hacer un ejercicio responsable de humildad y cariño. Es el momento de hacer lo que debo hacer (incluso aunque haya quien no lo entienda) y no lo que quiero hacer. De estas dolorosas pruebas y renuncias se construye el ser responsable y comprometido que quiero ser.
Renuncio, abandono, me marcho, pero……….
prometo volver en cuanto las obligaciones que me encadenan desaparezcan.
Renuncio, abandono, me marcho, pero……….
un pedazo grande de mi corazón se queda enroscado en los cuatro corazones que me dieron vida.