Son ya 16 las semanas con el alma en cueros. Muchas semanas. Jamás pensé que mi inocente aventura de reconstrucción pudiera llevarme tan lejos y tan cerca de mí mismo. Jamás pensé que verme ante el abismo y decidir saltar sin red iba a tener estas consecuencias. Pero es evidente que lo que me pasa, me pasa por ir en cueros por la vida. Y ahora no puedo culpar a nadie salvo a mí mismo.
Pensé torpemente que con un salto al vacío sería suficiente, pensé inocentemente que de un plumazo, en un ataque de heroicidad sería capaz de despejarme de complejos, miedos, miserias y demás ataduras. No es así. En esta semana me asaltan nuevas y viejas dudas; me sorprendo a mí mismo pagando las consecuencias de mi imprudente viaje en cueros. Y entiendo, con el frío que me araña el alma en cueros. que no será bastante una vez, que serán necesarias miles de ellas. Entiendo que mi pequeño y vivo corazón resfriado tendrá siempre miedos y complejos y dudas y miserias. Y entiendo que ahora, precisamente ahora, no me voy a permitir que me detengan. Esa es la verdadera esencia de la aventura con el alma en cueros: la voluntad de lucha constante por seguir andando en cueros. Los miedos siempre estarán ahí, jamás me libraré completamente de ellos, y andar en cueros no significa no tenerlos, andar en cueros significa tener la voluntad de no permitir que me detengan, tener el ánimo decidido a no permitir que me inmovilicen.
Como escribí en otro sitio: «mi pequeño órgano percusionista acelera el tempo de su obra y el resto de la orquesta o se une o la pieza será un desastre.» En ello estamos. Si os lo preguntais, sí, sigo resfriado.