Con cierto retraso, pero ya son 28 las semanas de desnudez emocional. Son ya 28 las semanas del viaje a mi esencia. Las aguas siguen calmadas, o quizá no, pero las marejadas me parecen tan tenues y livianas que es como si no existiesen.
Hace ya muchas semanas que no lucho contra minotauros ni cíclopes. Hace muchas semanas que no necesito atreverme, bien porque el atrevimiento se ha instalado en mi ser, bien porque no es necesario. El viaje transcurre plácido e inmutable en sus coordenadas más generales.
En esta semana he vuelto a aprender que no puedo con todo, o al menos, que no puedo solo con todo. Aun así, voy pudiendo, quizá no en los términos que calculaba, pero sí de un modo adecuado. Esta semana me dejé ayudar, haciendo aún un poco más real el viaje «a dos». Esta semana maduré un poco más, y me agoté muchísimo. Esta semana quizá puedo exclamar: «Yes, I can, but not alone.»
Esta semana volvieron algunas apariciones ectoplásmicas difusas. Reaparecieron como espectros ancestrales cubiertos por un velo tenebroso, polvoriento, casposo, ridículo. Ya hace tiempo que dejé de temer a los fantasmas. Ya hace tiempo que sus apariciones fugaces e inesperadas dejaron de importunarme. Desde que decidí afrontar esas visiones sangrándome con ello el alma, en los albores de esta aventura, que entendí que sería cuestión de tiempo y de arrestos conseguir deshacer la telaraña de estupidez, levantar la cabeza, reír, pasar página, crecer y volver a ser. Ya hace tiempo que comprendí que casi nada es eterno, y, desde luego, el dolor no lo es, y el miedo, si nos sobreponemos y luchamos con el alma en cueros, tampoco.