Un nuevo recuento semanal. Esta vez son 29 las semanas que registramos con el alma en cueros. Es una cifra ya considerable. Suficiente como para empezar a pensar que aquello ganado en el viaje no será pasajero; suficiente como para pensar que las batallas libradas y ganadas en este tiempo, han establecido mi ser de un modo consistente.
Ya no parece factible el regreso al puerto de salida, ya no creo que sea posible regresar a mi ser exageradamente racional de antaño. Los andamiajes de mi nuevo ser se construyen con aceros nuevos, fundidos en el calor de arrojo y el despojamiento emocional. Mi ser nuevo y estrenado, acumula cierto bagaje como para no arrinconarse ante nuevas o viejas dificultades. Mi nueva piel desnuda ha crecido bajo la anterior hipócrita y cuarteada. Mi epidermis renovada, quemada al sol por la desnudez, se ha pegado tanto a mis huesos que sería terriblemente doloroso arrancarla.
Aunque quizá, aquello que bauticé como el viaje a mi esencia, sea realmente eso, un regreso a lo que fui y no debí dejar de ser. Un viaje de regreso desde la madurez de los años transcurridos, con la mochila cargada con la experiencia acumulada, a mi esencia niña. Una escapada hacia delante y hacia atrás a la vez. Un despojamiento brutal, sangrante y doloroso; un ejercicio de desnudez soez abandonando las certezas y estupideces pegadas a mi piel adulta. Un redescubrimiento del ser que fui, del ente soñador-ingenuo que habita en mí, un despiadado asesinato de la razón fundada en convenciones sociales y prudencias temerarias.
Pues eso, 29 semanas desnudo, resfriado, vivo y «a dos».