Seguimos contando semanas de desnudez y alcanzamos la trigésima en este particular viaje hacia mi esencia. Sigo desnudo, emocional y racionalmente desnudo. Sin nada que esconder, sin nada que ocultar, sin nada que no sea pura y cristalina verdad en mí.
Generalmente pensamos que los grandes cambios se producen en la superación de los momentos de crisis. Habitualmente creemos que las grandes tormentas de nuestra vida, la superación de desafíos, nos hace crecer y cambiar. Particularmente soy de esa opinión, pero hoy reflexiono sobre los cambios, a menudo imperceptibles a primera vista, que se obran en nosotros en la calma. Asumimos novedades, modificamos nuestro ser, casi sin darnos cuenta, también en las semanas de calma; y a veces, esos cambios, son aún más profundos y duraderos que los que acontecen envueltos en acontecimientos espectaculares.
En esta noche soy consciente de que la calma, la tranquilidad, el sosiego, el goteo silencioso pero imparable, me va construyendo también en aquello que quiero y deseo ser. Es probable que mis viajes en coche dejen demasiado libre mi cabeza y ésta se ocupe en reflexiones a contratiempo.
En otro orden de cosas, esta semana se me apareción un viejo fantasma. Casi tropezó conmigo. La noticia es que no huí yo, sino él. ¿Quizá empiezo a adoptar formas monstruosas y doy miedo?