De nuevo con retraso, como el conejo de Alicia en el país de las maravillas, siempre tarde, siempre tarde, contabilizo 45 semanas de aventura con el alma en cueros. El viaje continúa siguiendo las coordenadas habituales.
En esta semana pasada, un pequeño, minúsculo secreto, amenazaba con instalarse bajo mi piel, amenazaba con recubrir de nuevo mi desnudez, pero, advertido por mi ojo atento a estas cuestiones, lo aniquilé convirtiéndolo en público. Encontré el momento adecuado para ponerlo en conocimiento de quien debía, y, como siempre, aunque no sé si alguna vez me acostumbraré, sucedió simplemente lo más normal del mundo. Mi secreto fue recibido de modo natural, asumido sin ningún tipo de trauma, y participado con normalidad. A otra cosa.
Sigo constatando las bondades infinitas de una comunicación clara, sin enredos ni disimulos, con nitidez y limpieza nuclear. Nada hay mejor que el diálogo sincero y preciso, sin artificios, sin pretender decir lo que el otro espera escuchar, sin endulzar artificialmente lo que pensamos que el otro quiere o no oír.
Vuelven, ahora ya rotundamente, todas las rutinas y obligaciones. El verano me ha venido bien, afronto el nuevo curso con ilusión renovada, sobre todo porque en él espero la sucesión de acontecimientos muy ilusionantes y relevantes.
Alma en Cueros 