Podría empezar pidiendo perdón a mis abnegados lectores por haberme pasado casi un año sin escribir, pero es casi seguro que no quedan lectores. Constato, sin ninguna consternación, que hace mucho que no escribo.
El viaje al encuentro de mi propio ser sigue. Ya he entendido que es tan largo como la propia vida y tan retorcido como escurridizo el sentido de la existencia. Héme aquí, una vez más, diciéndome a mí mismo que la apuesta por la verdad desnuda y el alma en cueros es la única opción posible si de vivir en libertad y a flor de piel se trata. Es la verdad sobre los demás, y sobre uno mismo, sobre todo sobre uno mismo, la única arma efectiva para enfrentarse al dragón de las siete cabezas que puede ser la hipocresía, el aparentar y el bienquedar.Pero también me digo a mí mismo que a veces la verdad no me ha ayudado. Quizá porque no todos están dispuestos a aceptar la verdad sobre todo cuando la verdad es el reconocimiento de la propia estupidez, inutilidad o enajenación mental.
Todo esto a causa de uno de los episodios más desagradables, sino el que más, que me han sucedido en el ámbito profesional. Un episodio sucedido a finales de junio que me impidió dormir de modo normal durante algunas semanas y que todavía me impide conciliar adecuadamente el sueño en algunas noches. Un ejercicio de falseamiento de la verdad, de enrevesamiento de los hechos, de mezquindad supina que pretendía pagar en mi carne la propia incompetencia en unos o la enajenación mental en otros. Fui testigo y víctima de una persecución viperina trufada de mentiras, medias verdades y datos tergiversados. Pero no fue eso lo peor, sino lo auténticamente doloroso fue comprobar que no había defensa posible. A cada andanada de malicia y estupidez respondía yo con los cañonazos de la verdad contrastada en datos y hechos. Pero la fuerza de la suposición interesada, del murmullo resabiado, en boca de los que no están dispuestos a aceptar otra verdad que la propia manipulada, eran destructivos. Hube pues de replegar velas, agazaparme y ofrecer como contra-ataque la más humilde de mis sonrisas y las más diligente de mis actitudes. Y, aun sabiendo que los golpes se fundaban en el error y en el rencor, decidí tomar por ciertas esas suposiciones e iniciar un profundo proceso de reflexión sobre mi práctica profesional en el cual todavía sigo y en el cual estoy muy esperanzado al ver como amanecen brillantes frutos. La malicia ajena vertida con desprecio puede, si se la sabe interiorizar, llevarnos a acertadas conclusiones sobre nosotros mismos. En definitiva, no llego al grado de inmolación de agradecer a mis verdugos su ruin comportamiento, pero en lugar de hundirme me han ayudado a crecer.
También he descubierto quién sí y quién no. Quién sí me aprecia y quién no lo hace. Bendita última semana de junio que tantos frutos está dando en mí. Gracias a aquellos que sí me quieren y que dan la cara por mí aún a riesgo de que se la partan alguna vez. Gracias a esos compañeros, sobre todo compañeras, que me vieron llegar como un chiquillo hace diez años y me tomaron en serio desde el principio. Espero poder responder adecuadamente. A los aliados del alma en cueros: gracias. Para ellos un bonito vídeo de una bellísima canción.