En el recuento semanal, que esta semana llega con bastante retraso, ya son 41 las semanas de viaje con el alma en cueros. Sigue la vida, sigue el viaje. Novedades ya apuntadas en lontananza van combinándose con algunas inesperadas. Los astros se alinean de modo silencioso configurando las realidades futuras si acaso sólo someramente planificadas.
Poseidón hace tiempo que concedió una tregua, y ahora hasta parece aliado. Atrás, muy atrás, quedan las sirenas polifónicas, los cíclopes gigantescos y los laberintos con minotauros. Las islas que van dibujándose en el horizonte son tan sólo puertos necesarios de paso en el rumbo ya trazado y seguro hacia Ítaca.
En esta semana conocí a personas interesantes y encantadoras que empiezan a entrar en la órbita de mi pequeño planeta azul. En la próxima semana, nuevos planetas y astros se incorporarán a mi diminuto universo, que cada vez parece menos pequeño, y cada vez menos caótico.
En esta semana he aprendido, un poco más, que las cosas «à deux» salen siempre mejor, son más sencillas, más gratificantes y de resultados más excepcionales. Gobernar la nave compartiendo decisiones es, contra lo que la lógica parecería indicar, infinitamente mejor. Compartir hasta lo incompartible suele dar grandes resultados. Tengo mucho que agradecer por encontrar a quien se interesa de verdad en mis manías y cositas.
Y, por último, quiero ofrecer una reflexión que me asalta, en ese modo repentino en que a veces se presentan las visiones o las ideas. Quizá lo verdaderamente interesante del viaje no es el destino, quizá ni siquiera el propio camino, quizá lo interesante en sí es el propio viaje. Quizá lo verdaderamente importante es disfrutar del trayecto, olvidar las prisas en llegar, porque, seguramente, cada llegada es el preludio de una nueva partida. Quizá la vida sea, de verdad, como ya decían los clásicos, un viaje. Un viaje que precisa ser viajado, un viaje que precisa sosiego y ojos abiertos, un viaje que necesita de desnudez de corazón y alma sorprendida y agradecida de niño, un viaje que exige ser disfrutado. Ahora, tras un año desde el suceso que me empujó a desnudarme por dentro y echarme a los caminos, lo entiendo. No puedes decir nunca que has llegado, ni puedes nunca quedarte parado. Si lo haces, estás renunciando al viaje, y las circunstancias, el mundo, los astros o los minotauros, te obligarán dolorosamente a volver a calzarte las botas y colgarte la mochila. Acéptame un consejo: lleva las alforjas cargadas, el corazón desnudo y el alma limpia. Bon voyage!
-Un petit clin d’oeil. Enchanté de vous connaître. Bienvenu à mon petit univers bleu.-